La economía solidaria se propone romper la división social del trabajo: sustituir la separación entre quien posee los medios de producción y la persona que vende su fuerza de trabajo, por la propiedad colectiva, y la división entre el trabajo intelectual y el manual, por la gestión democrática y prácticas innovadoras de organización del trabajo.
Superar la centralidad de la empresa, respecto a la persona y las relaciones de asimetría que conducen a la discriminación. Desde esta perspectiva, la incorporación de la visión de género es esencial ala propia filosofía de la economía solidaria. Sin embargo, el tema de género en la economía solidaria comenzó con la toma de conciencia de la invisibilidad, de la marginalización y del no-reconocimiento del protagonismo de las mujeres.
La visibilidad de las experiencias de mujeres crea referencias positivas Y las fortalece como sujetos. Implica el reconocimiento de la contribución de las mujeres en la producción de riquezas y en la promoción del bienestar de las sociedades.
La lucha por la igualdad profesional, el derecho a la iniciativa y al acceso a los espacios de poder es insuficiente si no existe paralelamente una mejor división de las tareas domésticas entre mujeres y hombres asumiendo la lógica del cuidado como algo esencial para la vida y la sociedad y por tanto cuestionarnos el concepto de trabajo, ampliándolo al trabajo doméstico, hablando por tanto de trabajo productivo y reproductivo y de la absurda jerarquía de la división sexual del trabajo en la que el trabajo masculino tiene siempre mayor valor que el trabajo femenino planteando como solución la corresponsabilidad y reparto de todo el trabajo y de los beneficios entre todos y todas.
La economía solidaria es un terreno privilegiado para que ejercitemos nuevas prácticas y proporcionemos vivencias de autonomía para las mujeres desde el principio de la igualdad de oportunidades para todos los seres humanos.